lunes, 28 de enero de 2013

Púrpura podrida

En el particular mundo de los deportes hay instituciones tan altivas que parecen negar el debate. Se señalan el escudo y apelan a la historia con el fin de reducir las críticas a una extravagancia de ‘tocapelotas’. Pero la temporada de Los Ángeles Lakers -el segundo club laureado de la NBA, a un título de Boston Celtics- no admite un silencio más. Sencillamente resulta imposible tomar peores decisiones, empezando por la gerencia y continuando por el entrenador. La franquicia rica de LA, a rebufo este año de los muy emergentes Clippers, se ha empeñado en calcar los desmanes en los despachos que durante los últimos ejercicios parecían corresponden exclusivamente a los Knicks.

Los Lakers se encuentran ahora en manos del caprichoso y riquísimo hijo de papá. El primogénito de Jerry Buss debió alcanzar en verano un acuerdo con Mike Brown, técnico con menos repertorio en ataque que Los del Río y quien se encomendó en Cleveland a un superhombre llamado LeBron James. El juego del equipo amarillo de media cancha hacia adelante era un sudoku irresoluble que terminaba invariablemente en las manos de Kobe Bryant. Perdido el respeto de la plantilla y con unos resultados sospechosos, el propietario tardó cinco partidos en despedirlo. La gerencia flirteó con el regreso de Phil Jackson, seis campeonatos en Chicago y otros cinco en el Staples Center. Su modo de entender el baloncesto no cuadra con un puro base director como Steve Nash, pero el aura divina del señor de los anillos parecía el mejor remedio sobre la marcha. Y...

... Y Buss hijo fichó a Mike D’Antoni, el entrenador más a contraestilo de la plantilla morada. El estadonidense de origen italiano, aquel timonel cerebral del legendario Milán, solo ha funcionado en los banquillos a la vera de Nash. Sus Suns practicaron un baloncesto vetiginoso, de ida y vuelta, sin apenas referencia interior y cuatro tiradores dispuestos a abrir fuego desde cualquier sitio y al contraataque. Cuando en el curso de preparadores impartieron la asignatura ‘Defensa’, Mike hizo novillos. Y sin contener atrás no se ha inventado equipo que aspire realmente al campeonato.

Es absurdo contratar a D’Antoni cuando el plantel dispone de dos pívots determinantes, como Pau Gasol y Dwight Howard. Como no admite una discusión coherente firmar a Nash, creador que necesita el balón en las manos, si a Kobe Bryant le asalta el deseo de arrebatarle la pelota. Las consecuencias, naturales: la no-defensa del italoamericano y un ataque muy distinto al que preconizaba en Phoenix. Sin las piezas adecuadas no hay forma de forzar un estilo. Ya fracasó de manera estrepitosa en Nueva York y ahora, tras media campaña exacta, los Lakers figuran en el duodécimo puesto del Oeste porque pierden seis duelos de cada diez. Cuesta más intuir su ingreso en las eliminatorias por el título que imaginar a Chiquito de la Calzada con el chándal de Los Ángeles.

Uno de los damnificados de este sindiós es Pau Gasol, hombre situado en la diana por el propio club durante el último año y medio. El catalán también debe examinarse la conciencia porque una parte de pecado lleva esta temporada para semejante penitencia. Pero el empeño absurdo de ambos técnicos -primero Brown, luego D’Antoni- en alejarlo del aro representa en sí mismo un suicidio deportivo. Pau ha bajado sus promedios hasta los 12 puntos y 8 rebotes y se siente marginal en ataque, circunstancia para la que tampoco ayuda un carácter alejado del ‘aquí estoy yo’. Al margen de la zona, los Lakers pierden al mejor grande pasador de la Liga, ceden ganchos con ambas manos y la visión perimetral para el juego dentro-fuera. Hace cuatro días, la expulsión de Howard en Toronto le permitió actuar medio partido de ‘cinco’. ¿Puntos? 25. Anteayer, suplente. Gerencia y banquillo. Púrpura podrida.